martes, 31 de agosto de 2010

“En el baile hay que ser uno mismo”

10 consejos para desinhibirse en el baile por la bailarina Sol Hernández

Son muchos los que saben bailar, aprenden todos pasos, se muestran sueltos, casi distraídos al mover su cuerpo, se divierten y cambian su estilo de baile según la moda. Pero hay otros que practican y practican sin lograr resultado. ¿Quién no ha estado horas, días o incluso meses para aprender un paso que cuando logró hacerlo se enteró que pasó de moda? Sol nos da 10 consejos para que seas el alma de la fiesta y aprendas a desinhibirte en una fiesta o en el boliche.
1- En principio, hay que estar relajado. No importa que ropa tenés puesta, no importa si hace calor o frío. El baile tiene que fluir en vos. Buscá a alguien que te pueda ayudar. Muchas personas han encontrado en el baile al amor de su vida.
2- Divertirse es la clave más importante. Nadie nació sabiendo, siempre hay que reírse de uno mismo y escuchar a quien te enseñe.
3- Tratar de imitar el paso de tu pareja. Una vez que empieces a copiarlo, olvidarse de que estás haciéndolo y dedicarse a escuchar la música. En caso de que el baile no sea en pareja como lo es en la salsa, el rock o el cuarteto, imitá los movimientos de los demás pero agregale tú propio estilo. Hacer lo que sientas en ese momento genera la espontaneidad vital en el baile.
4- Ser uno mismo. Por más que estés aprendiendo de otro, el baile es algo personal que sale desde muy adentro de uno. Nunca copies, siempre hay que observar al que sabe pero ponerle un “toque” de nuestro cuerpo y espíritu.
5- Hay momentos donde comenzás a cansarte y casi sin darte cuenta dejás de moverte. Siempre es importante que la energía fluya por todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. La cara puede gestualizar todas las canciones pero tus pies deben hacer lo mismo. Siempre debes moverte, aunque sientas que no lo hacés al ritmo de la música. ¡Nunca te detengas!
6- Mente en blanco. A pesar de saber que tenés que seguir ciertos pasos, la mente debe estar casi vacía. Cuanto mas pensás en los pasos peor te salen.
7- La mirada es un complemento muy importante en el baile. Si estás en un boliche, la mirada es clave para poder conocer a tu nueva pareja de baile. Una vez que la tengas, debes transmitirle todo lo que sientes con tus ojos. Ella o él deben saber que vos la estás pasando bien, que sos feliz bailando en pareja. La mirada es una buena herramienta para poder transmitírselo.
8 – Relajarse. Parece imposible después de todas estas pautas tener un segundo para relajarse, pero hay que tener en claro, que lo importante es estar tranquilos y que en el baile, prácticamente no existen prejuicios. Hay una publicidad de Brahma que lo refleja muy bien, me encanta. (VER VIDEO ABAJO)
9 – Explotar al máximo el potencial. Gastar toda la energía no es el objetivo, pero sí hay que saber “administrarla” para que durante el tiempo en que estés bailando, no pares de moverte.
10 - En relación con el punto anterior, es muy importante no hacer movimientos muy bruscos. Quizás ya sepas el paso, los movimientos y hasta el ritmo de la música que estas bailando, pero si tus movimientos son muy “brutos” confundirás a tu pareja o peor aún, en el próximo tema no puedas ni moverte.
“En fin, el baile es pleno disfrute. Es arte, energía, buena onda, felicidad y muchas veces un gran escape a la tristeza. El carisma, la predisposición a aprender, el reírse de uno mismo, constituyen pautas vitales a la hora de pasarla bien aprendiendo a bailar.
Desinhibirse pasa por uno, no por lo que digan los demás. Seguramente mostrarás mas “buena onda” bailando, que quedándote sentado/a. Y siempre recordá el consejo N° 8: EN EL BAILE NO EXISTEN PREJUICIOS” – Sol Hernandez, bailarina, profesora de Danza-Jazz y coreógrafa.


Por Nicolás Pisano



Publicidad de Brahma que explica algunos “consejitos” para bailar mejor. Muy buena.

Una perfecta tarde de verano

Era uno de esos días en los que el sol es el protagonista, con una leve brisa que lo acompaña.

Por eso, sin dudar, decidí encontrarme en el conocido Parque Rivadavia para compartir, una vez más, un momento lleno de risas con una persona que se considera mi diario íntimo en persona porque es cómplice de mi vida; y sí, es mi amiga adoptada como hermana del corazón.

Al finalizar el encuentro, claramente no me había decepcionado, fue un rato repleto de risas, recuerdos, sueños, delirios y lleno de sinceridad.

Todo parecía ir bien ese día.

Por eso, para seguir disfrutando de la tarde, decidí caminar las 20 cuadras que me separaban de mi casa. Observaba con detenimiento todo lo que sucedía alrededor con el simple objetivo de valorarlo.

En cada paso, en cada cuadra, se podía observar una gigantesca sonrisa imborrable en mi rostro. Creo que la gente debía pensar que algo inexplicablemente muy bueno me pasaba para estar así.
Sin embargo, todo lo que me sucedía era muy simple. Estaba feliz.

Me di cuenta de que todo se debía a que mi corazón estaba bien. Y obvio que tenía motivos. Vivía rodeada de las personas que quería. Estaba trabajando en un lugar muy agradable. En la facultad iba bien y, además, cada día era más grande la amistad que formábamos con mis compañeros. Sin dudas, con mi familia teníamos una relación que lograba que cada día esté más orgullosa. Y por supuesto, estaba él. Martín. Mi novio. Una persona única, que lograba que “estallen” a cada instante mis sentimientos de amor. Me sentía la persona más segura estando con el. Aquel que después de haber pasado dos años a mi lado, todavía lograba que me ponga nerviosa y se acelere mi corazón. Y aun que me cueste creerlo, debo admitir que incluso lograba que me quede sin palabras. Es que además de ser mi novio, era mi compañero, mi amigo, mi cómplice, el testigo más fiel de todos mis humores. Se había convertido en una parte esencial de mi vida, indispensable.

Esa tarde estaba más radiante que el sol.

En el momento en que pensaba que nada podría mejorar ese día, me lo encontré a él, a Martín. Y entonces pensé en recordar ese día como un día perfecto. Estaba caminando por la vereda de enfrente. Le hice señas para que me viera, pero no lo logré. Y fue entonces cuando de repente, una nube gris invocando una tormenta se encargo de apagar toda esa luz que contenía el día.

Lo vi. Desee no haberlos visto, pero lo vi. Estaba demasiado cariñoso, tomado de la mano, con una chica que no era yo. Fue entonces cuando mi mundo se desvaneció y no supe que pensar, mejor dicho no supe cual era la respuesta ante miles de preguntas que surgieron en dos segundos. “¿me está engañando? ¿Estaré equivocada en pensar que me estaba engañando? Si es así, entonces ¿por qué estaba tan mimoso? ¿Será un sueño o la realidad? ¿Cómo es posible? Esto no puede estar pasándome a mí. ¿Todos los hombres son iguales? ¿Merezco que me haga esto? ¿Lo habré descuidado y por eso buscó a otra?¿Buscó a otra?.

Era mucho para resolver la situación y mis cuestionamientos en tan por tiempo, porque casualmente mientras miraba anonadada, Martín se alejaba de la fea rubia con la que estaba y cruzaba corriendo hacía donde me encontraba.
No llegó a explicarme nada. Únicamente, antes de marcharme le dije: “Lo discutimos después”.


Por Julieta Quevedo

Discutir, no pelear

Nos peleamos. Y no fue una discusión porque ahí hay debate, intercambio de ideas, de razones. Lo nuestro no tuvo tanto vuelo, hay que ser sinceros. Simplemente se trató de agredir verbalmente al otro, como queriendo ganar algo; igual que en un combate, una guerra, una contienda. Creo que si hay algo por ganar deberíamos alcanzarlo juntos, ¿no? Odio cuando siento que nos volvemos opuestos, antagonistas en la misma novela que por lo general protagonizamos.

Una pareja es, para mí, sencillamente eso: una relación entre pares. Si estamos bien o si estamos mal es gracias o por culpa de los dos. No me parece válido buscar víctimas y victimarios, ambos debemos tener algo de culpa y algo de razón. Pero creo que es fundamental que tiremos los dos del mismo lado de la soga porque, si no, nos estancamos ahí y no avanzamos.

A veces me resulta raro cómo podemos discutir un día entero por teléfono, cortar con bronca y pensando “que no me llame nunca más”. Y después nos vemos, y todo cambia. Por algún motivo cuando estamos frente a frente logramos arreglar todo lo que horas de teléfono no pudieron. Quizás sea porque en persona sí somos capaces de discutir, y no de pelear. No entiendo entonces qué magia rara tiene el teléfono que nos vuelve tan mordaces, tan irónicos, tan hirientes.

Alguna vez Joaquín Sabina - como tantos otros - se preguntó a dónde van a parar los sueños rotos. ¿Sería válido preguntarse a dónde van a parar las peleas viejas? Porque tengo el presentimiento de que se guardan en algún lado, y eso no me gusta, me preocupa. Me angustia. ¿Y si se están acumulando en el fondo del mar ahora calmo? ¿Qué va a pasar el día en que todas esas palabras dichas en caliente, sin pensar, sean suficientes y salgan nuevamente a flote? Me preocupa.

Creo que no deberíamos acumular peleas. Sí, suena idílico y surrealista, pero realmente creo que tendríamos que evitarlo. Porque, si alguien me preguntara el motivo, realmente no lo sé. No me acuerdo. Era algo tan cotidiano, tan sin importancia que ni siquiera soy capaz de recordarlo. Por ahí se trató de algo que me dijiste y no me gustó, o quizás de algún malentendido. Sé que empezó por teléfono mientras hablábamos de cualquier cosa. Después se fue complicando, cada vez nos enredamos más con los “yo te dije”, “porque yo en realidad te había dicho”, “y vos me dijiste”. Y, finalmente, lo solucionamos todo cuando nos vimos.

No quiero pelear, porque creo que todo eso se archiva en algún lado; no nos hace crecer juntos, sólo lastimarnos. En una discusión es distinto, podemos aprender del otro, ver su punto de vista, entender qué cosas estuvieron bien y cuáles estuvieron mal, qué nos suma y que no. Y, en base a eso, seguir avanzando.

Pero si todo esto suena demasiado pretencioso, al menos, dediquémonos a pelear cuando tengamos un motivo. No porque sí, no porque estamos cansados o fastidiosos. Discutamos, no peleemos.




Por Wanda Marzullo

De conciliador y buenas películas

Trabajo hace tres años en un videoclub y más que a menudo, sobre todo los sábados a la noche, escucho la frase: “che gordo, ¿qué vemos?”. Cada vez que entra a una parejita de novios al local, sabemos que, casi como etapas de manual, se va a repetir la misma seguidilla de situaciones:
1) Ella y él entran de la mano. Saludan contentos. Preguntan dónde están los estrenos y se van abrazados para esa parte del local.
2) Pasan 15 minutos viendo carátulas. Indecisos por el género empieza la charla en un tono ameno que, al poco rato, se irá elevando en decibeles. Porque ella quiere ver una comedia romántica, y él, una de acción.
3) Finalmente logran conciliar, generalmente en alguna peli de suspenso que a alguno de los dos le dijeron que “estaba buena”. Agarran esa carátula y la llevan al mostrador. Siempre sin percatar que atrás no estaba la caja correspondiente, que implica que ese título estaba ya alquilado.
4) Vuelven al salón, ya no abrazados como hace unos minutos.
5) Al reproche de el “te dije que tenías que agarrar la de atrás” (siempre uno se lo hace al otro) comienzan las frases del tipo “¿y entones que vemos”?, “andá a preguntarle al pibe que te recomiende algo” o “en este video nunca hay nada” (no notan que difícilmente encuentren mucho si vienen a alquilar un sábado frío de invierno 15 minutos antes del cierre)
6) Él generalmente, ya ofuscado, se acerca al mostrador y pide algo “copado”. A lo que uno deja de hacer lo que tenía que y va a tratar de “ayudar” para que la salida al video no termine en un “lo discutimos después…”
7) Al vivir estas situaciones a menudo, uno se vuelve más canchero en este tipo de cosas y siempre tiene tres o cuatro títulos para recomendar y no tomar partido por nadie. Así uno que quiere ya cerrar el local y volver rápido a casa, los deja discutiendo, esta vez en un tono alto, pero avisando que en 5 minutos se cierra.
8) Pero por más esfuerzo que uno quiera poner, generalmente la conversación pasa a reproche. Y ya en el mostrador, cada uno por su lado, ella elige su golosina y mira a su novio con cara de aprobación. A lo que él compra para intentar remediar la situación.
9) Sin decir palabra, se miran y vuelven a abrazarse. Y se van, conformes, con la idea que se llevan la mejor película del mundo.
Uno se queda esperando que la recomendación sea del agrado de ambos y que la próxima que vuelvan al local con la misma sonrisa de cuando ese día entraron.
Desde este espacio trataré de ser el conciliador. De recomendar buenos estrenos, salidos en DVD o de cine, para que ver la peli juntos sea un disfrute, para los dos.

Por Pablo Lancone

miércoles, 25 de agosto de 2010

Hello, hello!!!

“You say yes, I say no/ you say goodbye and I say hello”. Discusiones. Todo comienza con un gesto, una mirada o una palabra, tal como lo dice “Hello goodbye”, la canción de los Beatles. Durante años hombres y mujeres peleamos. No importan los motivos, relevantes o sin sentido. Todos encienden nuestros motores y pasiones en función de una sola cosa: Tener la razón.
Es por esto que chocamos, nos enojamos, aplicamos la famosa “Ley del hielo” y en menor medida, decidimos tomar caminos separados. Lo peor es que nada nos detiene. Ni romper códigos y corazones, bajar autoestimas, o dejar de hablarle a una persona. Nada. Tampoco tenemos límites. A menudo jugamos con sentimientos propios y ajenos, dejamos destruidos sueños e ilusiones.
El objetivo de las peleas es acorralar y dejar entre la espada y la pared al otro. Nos tornamos crueles y tenaces en esa tarea. Demostramos que somos mejores, que podemos, que razonamos más rápido o lo pensamos primero. Pero en el camino decimos cosas que, por lo general, no queremos decir. Hablamos sin filtro. Arruinamos momentos, aplastamos planes.
Hay muchos desencadenantes de discusiones. Ese es el tema del blog. Mostrar las dos campanas, las distintas versiones de los hechos. Contar los como relatan los medios, el arte, el cine, el teatro, los libros. Las miradas masculinas y las femeninas. Una especie de batalla de los sexos de la narrativa digital.
El universo de las peleas y los puntos de vista no tiene fin. Y tampoco solución. Es una cuestión de convivir con las diferencias, de tolerar las críticas y respetar las opiniones.
Es inmenso el mar de dudas, sugerencias y comentarios que surgen de las discusiones. Nunca vamos a terminar de pelear por que está en nuestra sangre y naturaleza. Somos diferentes. Ya lo dijeron los Beatles “I don't know why you say goodbye and I say hello”.
Por Jésica Neuah