martes, 31 de agosto de 2010

Una perfecta tarde de verano

Era uno de esos días en los que el sol es el protagonista, con una leve brisa que lo acompaña.

Por eso, sin dudar, decidí encontrarme en el conocido Parque Rivadavia para compartir, una vez más, un momento lleno de risas con una persona que se considera mi diario íntimo en persona porque es cómplice de mi vida; y sí, es mi amiga adoptada como hermana del corazón.

Al finalizar el encuentro, claramente no me había decepcionado, fue un rato repleto de risas, recuerdos, sueños, delirios y lleno de sinceridad.

Todo parecía ir bien ese día.

Por eso, para seguir disfrutando de la tarde, decidí caminar las 20 cuadras que me separaban de mi casa. Observaba con detenimiento todo lo que sucedía alrededor con el simple objetivo de valorarlo.

En cada paso, en cada cuadra, se podía observar una gigantesca sonrisa imborrable en mi rostro. Creo que la gente debía pensar que algo inexplicablemente muy bueno me pasaba para estar así.
Sin embargo, todo lo que me sucedía era muy simple. Estaba feliz.

Me di cuenta de que todo se debía a que mi corazón estaba bien. Y obvio que tenía motivos. Vivía rodeada de las personas que quería. Estaba trabajando en un lugar muy agradable. En la facultad iba bien y, además, cada día era más grande la amistad que formábamos con mis compañeros. Sin dudas, con mi familia teníamos una relación que lograba que cada día esté más orgullosa. Y por supuesto, estaba él. Martín. Mi novio. Una persona única, que lograba que “estallen” a cada instante mis sentimientos de amor. Me sentía la persona más segura estando con el. Aquel que después de haber pasado dos años a mi lado, todavía lograba que me ponga nerviosa y se acelere mi corazón. Y aun que me cueste creerlo, debo admitir que incluso lograba que me quede sin palabras. Es que además de ser mi novio, era mi compañero, mi amigo, mi cómplice, el testigo más fiel de todos mis humores. Se había convertido en una parte esencial de mi vida, indispensable.

Esa tarde estaba más radiante que el sol.

En el momento en que pensaba que nada podría mejorar ese día, me lo encontré a él, a Martín. Y entonces pensé en recordar ese día como un día perfecto. Estaba caminando por la vereda de enfrente. Le hice señas para que me viera, pero no lo logré. Y fue entonces cuando de repente, una nube gris invocando una tormenta se encargo de apagar toda esa luz que contenía el día.

Lo vi. Desee no haberlos visto, pero lo vi. Estaba demasiado cariñoso, tomado de la mano, con una chica que no era yo. Fue entonces cuando mi mundo se desvaneció y no supe que pensar, mejor dicho no supe cual era la respuesta ante miles de preguntas que surgieron en dos segundos. “¿me está engañando? ¿Estaré equivocada en pensar que me estaba engañando? Si es así, entonces ¿por qué estaba tan mimoso? ¿Será un sueño o la realidad? ¿Cómo es posible? Esto no puede estar pasándome a mí. ¿Todos los hombres son iguales? ¿Merezco que me haga esto? ¿Lo habré descuidado y por eso buscó a otra?¿Buscó a otra?.

Era mucho para resolver la situación y mis cuestionamientos en tan por tiempo, porque casualmente mientras miraba anonadada, Martín se alejaba de la fea rubia con la que estaba y cruzaba corriendo hacía donde me encontraba.
No llegó a explicarme nada. Únicamente, antes de marcharme le dije: “Lo discutimos después”.


Por Julieta Quevedo

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