martes, 31 de agosto de 2010

Discutir, no pelear

Nos peleamos. Y no fue una discusión porque ahí hay debate, intercambio de ideas, de razones. Lo nuestro no tuvo tanto vuelo, hay que ser sinceros. Simplemente se trató de agredir verbalmente al otro, como queriendo ganar algo; igual que en un combate, una guerra, una contienda. Creo que si hay algo por ganar deberíamos alcanzarlo juntos, ¿no? Odio cuando siento que nos volvemos opuestos, antagonistas en la misma novela que por lo general protagonizamos.

Una pareja es, para mí, sencillamente eso: una relación entre pares. Si estamos bien o si estamos mal es gracias o por culpa de los dos. No me parece válido buscar víctimas y victimarios, ambos debemos tener algo de culpa y algo de razón. Pero creo que es fundamental que tiremos los dos del mismo lado de la soga porque, si no, nos estancamos ahí y no avanzamos.

A veces me resulta raro cómo podemos discutir un día entero por teléfono, cortar con bronca y pensando “que no me llame nunca más”. Y después nos vemos, y todo cambia. Por algún motivo cuando estamos frente a frente logramos arreglar todo lo que horas de teléfono no pudieron. Quizás sea porque en persona sí somos capaces de discutir, y no de pelear. No entiendo entonces qué magia rara tiene el teléfono que nos vuelve tan mordaces, tan irónicos, tan hirientes.

Alguna vez Joaquín Sabina - como tantos otros - se preguntó a dónde van a parar los sueños rotos. ¿Sería válido preguntarse a dónde van a parar las peleas viejas? Porque tengo el presentimiento de que se guardan en algún lado, y eso no me gusta, me preocupa. Me angustia. ¿Y si se están acumulando en el fondo del mar ahora calmo? ¿Qué va a pasar el día en que todas esas palabras dichas en caliente, sin pensar, sean suficientes y salgan nuevamente a flote? Me preocupa.

Creo que no deberíamos acumular peleas. Sí, suena idílico y surrealista, pero realmente creo que tendríamos que evitarlo. Porque, si alguien me preguntara el motivo, realmente no lo sé. No me acuerdo. Era algo tan cotidiano, tan sin importancia que ni siquiera soy capaz de recordarlo. Por ahí se trató de algo que me dijiste y no me gustó, o quizás de algún malentendido. Sé que empezó por teléfono mientras hablábamos de cualquier cosa. Después se fue complicando, cada vez nos enredamos más con los “yo te dije”, “porque yo en realidad te había dicho”, “y vos me dijiste”. Y, finalmente, lo solucionamos todo cuando nos vimos.

No quiero pelear, porque creo que todo eso se archiva en algún lado; no nos hace crecer juntos, sólo lastimarnos. En una discusión es distinto, podemos aprender del otro, ver su punto de vista, entender qué cosas estuvieron bien y cuáles estuvieron mal, qué nos suma y que no. Y, en base a eso, seguir avanzando.

Pero si todo esto suena demasiado pretencioso, al menos, dediquémonos a pelear cuando tengamos un motivo. No porque sí, no porque estamos cansados o fastidiosos. Discutamos, no peleemos.




Por Wanda Marzullo

No hay comentarios:

Publicar un comentario